lunes, 3 de octubre de 2016

Larrabetzu

         
   Ir al pueblo donde nació mi abuela y sus hermanos era uno de esos sueños de toda la vida, de los que tachás de la "Lista de cosas para hacer antes de morirse". Y se imaginan cómo me sentí cuando taché este sueño de la lista.

           Principalmente por lo espiritual que era y lo mucho que formaba parte de mi interior más profundo. (Se va a completar cuando finalmente conozca el pueblo de mi abuelo materno, allá por Camporredondo del Alba, pero eso se hablará en un futuro).

         Acá me trajo un sueño, como les comentaba, de años. Y uno de mis principales razones de venir a España era para conocer mis raíces. Son los deseos de conocer el lugar y la casa de dónde nace la mitad de la sangre que corre por mis venas.

     Al llegar caminé por sus calles y observé diversos carteles en Euskera, imaginando su significado,asumí que la presencia de la identidad vasca fluía libremente por las calles de este poblado.


         Y de repente, estaba parado allí, inmóvil, disfrutando de ese momento de silencio, pero que notaba que estaba plagado de diálogos y preguntas.





        Cómo habría sido la niñez de mi abuela y sus hermanos, los imaginé corriendo alegremente por los prados aledaños, colaborando con la familia en sus tareas domésticas, yendo a la escuela, observando los mismos cerros que yo estaba viendo en ese instante, etc.

       Fue muy emotivo y conmovedor, asumo que fue uno de esos momentos que más me movieron en mi vida, porque el vivir esto no me lo dará nada más en la vida.








           Ya de vuelta en el camino, recorrimos el que sería el segundo hogar en la infancia de mi abuela y sus hermanas. En el camino seguí imaginando todo el Cinturón de Hierro que bordeaba la zona, y cómo los vascos contuvieron a las tropas contrarias con fiereza y alteza.




      Llegamos a la casa. El pan esperaba colgado en el picaporte de la puerta de la casa. Esta casa ya se encuentra en el pueblo en sí, a sólo unos pasos de la Iglesia de Larrabetzu (Término en Euskera para llamar a Larrabezúa) , sólo la separa una vereda. Actualmente, una de las paradas del bus que te trae de Bilbao te deja en su acera.


         No me quiero ir. Siento que pertenezco a este lugar. La sangre que corre por mis venas hace su hueco para bajar a través de estos valles, de estos sinuosos senderos que desaparecen en la frondosa vegetación. Pero será un Adiós por ahora, sabiendo que algo de mí, siempre circula por estos aires.

Me despido del pueblo entre sus calles. Como dicen por acá, "Te metes en el Euskadi profundo cuando visitas los pequeños pueblos que rodean a las grandes capitales vascas"...


GRACIAS POR LEERME!!!

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